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Gise

jueves, 9 de julio de 2009

La amiga de mi mujer

Aquel viernes quedamos con mi mujer en ir al estreno de una nueva película de suspenso que prometía. Nos juntaríamos a la salida del cine, para ganar tiempo, pues a esa hora ambos salíamos de la oficina. Llegué puntual, y me detuve a esperar mientras fumaba un cigarro.

Ana llegó a la hora y acompañada de su mejor amiga y compañera de trabajo, Julia. Era una morena no muy llamativa, pero que tenía lo suyo. De contextura gruesa, sin ser obesa, labios delgados y amplios, y unos ojos color miel que le venían muy bien a su rostro angulado. Saludé primero a mi mujer con un fuerte beso en la boca y luego a Julia que me acercó sus labios rozando casi la comisura de los míos. Sentí el sabor agradable de su perfume acariciando mi nariz y vi que sus ojos brillaron por un momento. -Vine con Julia pues la pobre pasará sola el fin de semana -, dijo mi mujer, mientras ella me sonreía con sus pequeños ojitos de miel. -No hay problema-repliqué, y de paso aproveché, lo más disimulado que pude, a echarle un vistazo al cuerpo de su amiga. Me sorprendió verla con un peto floreado y ajustado al cuerpo que marcaba unos senos generosos, -desconocidos para mi-, pues generalmente usaba ropa suelta y holgada que ocultaba el real tamaño de sus tetas. Abajo, una faldita corta de oficina con botones a los lados, que marcaba agradablemente sus fuertes muslos. Sobre sus manos un grueso anillo cuadrado de platino adornando sus delicados dedos. Entramos a la sala y nos acomodamos en la última fila. Julia ocupó la tercera butaca, mi mujer al medio y yo en la punta y banca, al lado de ella. Pero apenas Julia se sentó me pidió cambiar de puesto para dar descanso a sus largas piernas. Accedí amablemente y sin siquiera darme cuenta me vi entre medio de las dos. Ambas conversaban coquetamente de un extremo a otro, y sus bocas arteras se acercaban cada vez más a mi, al ritmo del comentario insidioso sobre la nueva tipa que llegó a la oficina, o a lo mucho que Julia extrañaba a su marido cada vez que le tocaba viajar los fines de semana. Sentí entonces por segunda vez, el dulce aroma de su perfume cerca de mi y su negra cabellera rozó mis mejillas cuando le ofreció unos dulces a Ana. Al rato se apagaron las luces. Ana me tomó del brazo y apoyó su mejilla en mi hombro al comenzar la película. Yo le besé la frente y nos entregamos al ritmo aterrador del filme que la atrapó desde el primer momento. Casi olvidé que Julia estaba a mi a lado, pero a los pocos minutos sentí el calor intenso de su mano sobre mi muslo izquierdo. Miré a su lado y vi esos ojitos miel brillar pícaramente en la oscuridad. Me estremecí por completo, y puse mi mano sobre la suya. Disfruté el contacto oculto como un niño y jugueteé por un momento con su grueso anillo de platino alojado en su anular. Su piel suave no tardó en instalarse sobre mi sexo el que acarició con desparpajo. Mi mujer dio un sobresalto inesperado y mi corazón se aceleró a mil, sin embargo, Julia ni se inmutó. Tomó mi mano con decisión y la llevó hacia su falda que ya había desabotonado prolijamente. Sentí la suave textura de su calzón sobre mi mano intrusa y adiviné en la oscuridad la inquietante transparencia de la pequeña tela. Entonces con un pequeño esfuerzo mi mano se alojó en su sexo. Era suave y frondoso. Toqué delicadamente la entrepierna hasta que su abundante jugo me fue abriendo el paso hacia un húmedo vientre. Recorrí cada recoveco de aquellas rosadas paredes hasta que di con su clítoris y lo amasé suavemente. La sentí estremecerse y gemir en silencio. Con su mano izquierda bajó el apretado peto y floreció un seno perfecto, su pezón se aferró a mi brazo con firmeza, lo humedeció con sus dedos y me recorrió suavemente entre codo y hombro. Mi sexo a punto de estallar seguía prisionero y con mi mano derecha hice un cariño en la melena de Ana para evitar sospechas. Entonces Julia atacó mi bragueta. Con sumo cuidado bajó el cierre y afloró mi miembro erecto como una lanza dispuesta a la batalla. Sentí el frío metal de su anillo juguetear con mi glande, mientras las yemas de sus dedos secaban lentamente la punta lubricada. Masajeó mi sexo como una experta, mientras su lengua húmeda comenzó a juguetear sobre el lóbulo de mi oreja. Miré a Ana, pero seguía absorta en la película, separada ya de mi brazo y acomodada con independencia en su asiento. Julia tomó mi mano y como pudo la acomodó sobre sus tetas. Unos pezones duros y enormes empezaron a crecer sobre mi palma y estuvieron a punto de llevarme al climax. Entonces volví con decisión a su clítoris y su lengua se volvió cada vez más húmeda sobre mi oreja. Comenzó a besar con precaución mi cuello y su mano aceleró el ritmo sobre mi duro pene. Tuvo la precaución de colocar su mano izquierda sobre mi glande y una fuerte explosión de semen inundó su palma acogedora y se deslizó entre sus dedos. Me acomodé sobre el asiento para ocultar el orgasmo y vi a Ana que aún no despegaba su vista de la pantalla. Julia me miró extasiada y comenzó a chupar uno a uno sus dedos mojados. Saboreó mi espeso néctar delicadamente hasta acabarlo por completo. Entonces acomodó mi bragueta, puso todo en su lugar y besó suavemente mi cuello como despedida. Aún tuve tiempo para descansar unos minutos antes que se encendieran las luces. Ana se levantó emocionada con el final de la película. Caminamos despacio hacia la salida y mi mujer invitó a Julia a dormir en el departamento ese fin de semana. ¿No te molesta? Preguntó inocentemente. No, claro, dije condescendienteCuando llegamos al depto, Ana que no me había soltado la mano en todo el camino, urgueteó en su bolso hasta que dio con las llaves. Abrió la puerta y dejó que Julia entrara primero. Nos sentamos en el living y tomamos unos tragos mientras charlamos. Teníamos un pequeño departamento de dos dormitorios en el Bariloche Center con una bella vista al lago. Luego de un par de horas y varias ginebras a Ana la venció el sueño. Se despidió pidiendo disculpas, sin antes dejarle a Julia uno de sus camisones de dormir para que pasara la noche. –Sorry, es lo único que encontré-dijo en medio de un bostezo, y se encerró en su habitación. Julia tomó la camisola la observó cuidadosamente y me miró con picardía. Era blanca y completamente transparente, al menos una talla menor a la que le correspondía. La tomó y sin tapujos se acerco a mi oido y preguntó si quería verla puesta. Asentí en silencio, entonces se despojó de su faldita azul y del peto ajustado y delante de mí se acomodó la transparente tela. Sus enormes tetas quedaron al descubierto. Tomó mis manos y las atrajo hacia ellas. Sentí unos delicados pezones luchando por liberarse bajo mis manos y de inmediato nos unimos en un encendido beso que me dejó al borde del orgasmo. De vez en cuando vigilaba la puerta de nuestro dormitorio por si Ana despertaba, pero a Julia parecía no inquietarle en lo más mínimo. Sin dejar de besarme se fue bajando los calzones hasta que descansaron sobre la alfombra. Luego me empujó al sillón de cuero y bajó mis jeans con desparpajo. Tomó mi pene ya duro y le brindó una lamida digna de una experta en la materia. Tenía unas manos suaves que llevaban muy bien el ritmo después de cada succión demoledora de sus delgados labios. Quise parar pero de la nada sacó un preservativo y me lo ajustó sin dificultad. Dio la vuelta y encajó mi verga en su vagina. Con mis manos subí el camisón y la abracé aferrándome a la piel de sus senos, mientras cabalgaba sobre mí sin miramientos. Comencé a besar su espalda y sentí el dulce sabor de su piel en mi lengua. El intenso olor de su pelo sobre mi rostro casi me ahoga, así que busqué su cuello y lo besé como un vampiro. Comenzó a gemir incontrolablemente y tuve que desviar mis manos a su boca para evitar que Ana nos escuchara. Entonces la mordió tan fuertemente que debí esforzarme para no gritar del dolor. Lamió la mano herida como una gata y disfruté de aquella humedad como el más eficaz de los analgésicos. Cuando levanté la vista vi la puerta del dormitorio abrirse lentamente y la cara de Ana quedó frente a las nuestras de sopetón. Quedé paralizado completamente y me aferré firmemente a las caderas de Julia sin saber como reaccionar. Sentí que se acababan dos años de feliz matrimonio en sólo segundos y sin embargo, mi miembro seguía aún más firme soportando el dulce vaivén. Mi mujer nos miró por unos segundos sin decir palabra. Estaba más hermosa que nunca. Su larga cabellera negra sobre sus hombros acariciaban sus senos. Sus ojos enormes clavados en la escena parecían brillar y grande fue mi sorpresa cuando la vi desnudarse frente a nosotros, se acercó a Julia y se arrodilló delante de ella y con decisión comenzó a chupar su frondosa vagina y la base de mi pene depositada en ella. Luego se sentó sobre ella liberó mi sexo y ambas comenzaron a frotarlo sobre sus vientres al mismo tiempo mientras se fundían en un húmedo beso. Sentí sus manos que descansaban sobre los hombros de Julia acariciarme la nunca y sus labios buscaron los míos entre medio del cuello de su amiga. Aquel beso fue insuperable, los labios de mi mujer me devoraron. Sentí en su boca el sabor salado de la jugosa entrepierna de Julia y fue como tenerlas a las dos. Entonces se separaron de mi y comenzaron a besarse dejándome en el medio. Sus manos se ocuparon de mi sexo mientras tanto, sacaron el preservativo y poco a poco fueron bajando hasta que sus bocas y sus lenguas se entrecuzaron en mi pija erecta. No lo pude soportar con mi mano izquierda tomé la nuca de Julia mientras con la derecha acariciaba la dulce melena de mi mujer. Acabé en sus rostros equitativamente y sus labios repletos de semen comenzaron a repartir jugos entre sí. Descansé extasiado sobre el sillón, mientras sobre la alfombra Ana se ocupaba una vez más de la entrepierna de Julia y depositaba de vez en cuando sus bellos y generos pezones sobre la boca de su amiga. Cuando acabaron Mi mujer recogió del suelo su camisón blanco transparente lo olió profundamente y sin más dijo-vine por él, después de todo creo que no lo necesitas- me besó dulcemente la frente y volvió al dormitorio. El resto de la noche debí conformarme con la fresca piel de la mejor amiga de mi mujer.

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